Prof. Dr. Luther W. Brady: benefactor. In memoriam.
Benefactor: bene facere…Bienhechor. El que hace el bien. Sigue leyendo un poco más y conocerás algunas virtudes de un hombre que mereció ese piropo, con plenitud, hasta el final de sus días.
Vivió 93 años con una lucidez especial. Cuidó enfermos siendo nonagenario. Aconsejó a los que se le acercaban con criterio, intentando acertar: con empatía, pero sin componendas. Fue un ser singular que merece este recuerdo emocionado. Si sigues leyendo intentaré provocar en ti esa sonrisa interior que enciende la admiración y la gratitud a los que han sido ejemplares (aunque no los hayamos conocido).
El Dr. Brady será, definitivamente, una figura señera de la medicina del cáncer, de las ciencias radiológicas aplicadas al cuidado de las enfermedades, de la investigación clínica en su versión más radical de generación de conocimiento aplicable a la práctica asistencial. Deja una huella única en lo académico: en su pasión por la educación y la formación avanzada, que tiene su nicho más emocionante en la vida universitaria de las sociedades desarrolladas. Entendió la universidad como la casa de todos, alma mater y experimento social para la generación y transmisión del conocimiento, Dedicó sus mejores talentos al quehacer universitario: en su Departamento estaba en su salsa… Desde la madrugada, hasta el atardecer. Desbordaba una prodigiosa energía interior, una inteligencia muy lúcida y se dejaba arrastrar por una corriente de amor al compromiso hospitalario y a los individuos que – generación tras generación - con su esfuerzo han consolidado y extendido los valores universitarios: entendía los hospitales, como el auténtico corazón de las facultades de medicina donde latía el saber, saber-hacer y ser de los médicos.
Luther W. Brady nació en Carolina del Norte y estudió medicina en la Universidad de George Washington en Washington DC. Se formó en radiología y oncología radioterápica en el Hospital Naval de Bethesda y en los Hospitales de la Universidad de Pennsylvania y Thomas Jefferson en Filadelfia. En el inicio de su vida profesional trabajó en las universidades de Harvard (Boston) y Columbia (Nueva York), instituciones donde “aguanta lo suficiente” (él lo expresaba así, y era divertido oírle recordar esos momentos iniciales de incertidumbre profesional). A partir de 1959 se incorpora al Hospital de la Universidad de Hahnemann en Filadelfia (hoy Drexell University) en la que durante 60 años desarrolla su actividad asistencial, investigadora y docente: jubilado, mantuvo una consulta abierta (los lunes) y una secretaria a jornada parcial (Marilou; le asistió toda la vida; una dama exquisita de origen asiático: muy dulce y laboriosa).
Déjame explicarte, amigo que sigues adelante en tu lectura, esta aparente exageración de celo profesional en un anciano. ¿Qué hacía en esa consulta, de valor, para su Hospital y su Universidad? Repetir un modelo de actividad que siempre le motivó. Era una actividad pionera en el campo de la oncología evolutiva: evaluaba en revisión los pacientes que había tratado y cuidado a lo largo de sus 60 años de vida profesional. Los alumnos de medicina disputaban por acompañarle en su consulta: se relacionaban con pacientes con cáncer tratados hace 50 años con radioterapia (con sus secuelas, sus comorbilidades y sus cuidados específicos); observaban (perplejos) familias enteras en las que muchos de sus miembros fueron sus pacientes, (abuelos, padres, hijos y nietos, todos con cáncer, todos vivos…). Era especialmente atento con pacientes que habían superado 4 o 5 tumores a lo largo de su vida, tantas veces gracias a la acción prospectiva de los controles de seguimiento y de la identificación pionera de los tipos de asociaciones frecuentes de tumores (dato desconocido en los años 60 y 70 del siglo pasado). Esos estudiantes de medicina y médicos en formación percibían, como un privilegio excepcional, poder evaluar la biología evolutiva del cáncer y de los tejidos normales a muy largo plazo, después de tratamientos tóxicos. Este modelo de conocimiento sanitario es emergente y es decisivo para acometer los cambios (necesarios, urgentes e imperativos) de la práctica clínica y de la educación médica contemporánea. El contexto demográfico de envejecimiento extremo de las sociedades desarrolladas, como la nuestra, impone un reto de adaptación sin demora.
Con el Dr. Brady en consulta se aprendía biología evolutiva específica del paciente con cáncer, pero se aprendía más medicina que biología. El nombre, los apellidos, su contexto familiar, las anécdotas profesionales, las emociones del cáncer, el afrontamiento de los retos, la euforia de la superación, el desgaste de la lucha….Todos estos elementos tan singulares en la relación médico-paciente estaban grabados en su prodigiosa memoria, uno a uno, individuo a individuo. Los estudiantes de medicina asistían asombrados a una forma de ser médico, muy natural, muy espontánea, ejemplar, difícilmente imitable, porque no era sólo memoria y recuerdo, sino empatía, compasión y compromiso.
Lee un poco más y te desvelo porqué quiero retener su semblanza en mi memoria y en la de mis amigos. El Prof. Brady palpita en el recuerdo de tantos como yo, en parte, porque ha sido buen médico y un universitario longevo: lo expreso conmovido por el respeto, reconocimiento y admiración que transmitían sus últimos pasos en el sendero de la vida, a sus más de sus noventa años y sesenta de pasión académica… Late en nuestro corazón, y le arropamos y vestimos con galas de honor, porque fue un pionero y un líder en la promoción de la calidad en la asistencia, docencia e investigación de la medicina internacional de las últimas seis décadas. Cabe destacar, entre su ingente actividad profesional, participar en los orígenes fundacionales de organizaciones que han transformado la medicina clínica (fue presidente fundador del grupo cooperativo multi-hospitalario Radiation Therapy Oncology Group y del Colegio Americano de Oncólogos Radioterápicos). Estas dos instituciones impulsan hoy en día (50 años después) la práctica asistencial más exigente e innovadora en oncología radioterápica, junto a la promoción de los derechos, competencias y responsabilidades de sus especialistas. Fue presidente de todas las sociedades profesionales relevantes en oncología radioterápica y ciencias afines radiológicas en los Estados Unidos. Lee conmigo (dos veces) cada nombramiento e imagina los hombros que hay que tener para asumir esas responsabilidades en un mundo competitivo e implacable con el fracaso. Su sello presidencial marcó el devenir de las siguientes instituciones:
El Dr. Brady fue, más allá de los tópicos, un ciudadano del mundo. En mis casi cuatro décadas de relación con él comprobé su predilección por proyectos globalizadores (editoriales, científicos, de cooperación) con la ilusión de ser uno más tirando del carro. Se rodeó de colegas brillantes y los empoderó con mucha generosidad. Recuerdo que en su Departamento conocí médicos de origen iraní, mejicano, ecuatoriano, uruguayo, italiano, alemán, sueco, griego, español, japonés, chino (me olvido seguro de otros muchos y lo siento de veras)… De todos fue benefactor, todos llegaron lejos… Su actividad como divulgador del conocimiento médico especializado le hizo acreedor de distinciones y reconocimientos en instituciones académicas y universidades: Doctor Honoris Causa por la Universidad de Heidelberg, Toyama, Complutense; premiado en las Universidades Católica de Roma, Kyushu, Gottingen, Pisa, Kanazawa, Navarra y miembro honorífico de las academias de medicina sueca, belga, austriaca y española.
Entre 1981 y 1999 recibió la Medalla de Oro de múltiples organizaciones médicas prestigiosas:
Los reconocimientos en vida llegan a través de una misteriosa complicidad entre laboriosidad, ingenio y capacidad de liderazgo. En su caso hay que añadir un ingrediente único que adornaba su carácter benefactor: la dimensión intimista y muy personal de la amistad; cuidarla sin límites; uno a uno.
El Dr. Brady publicó más de 600 trabajos científicos y dictó centenares de conferencias. Solía bromear diciendo que siempre se le humedecían las palmas de las manos antes de hablar en público… Las líneas de investigación más sobresalientes en su producción científica tienen que ver con innovación asistencial y tecnológica: la evaluación clínica de agentes radiosensibilizadores y radioprotectores y de anticuerpos monoclonales ligados a isótopos para el desarrollo de modelos de tratamiento con irradiación selectiva de dianas biomoleculares intra-neoplásicas.
Fue un buen conocedor de España y de las universidades españolas. Siempre mostró un especial compromiso por aceptar invitaciones en actividades formativas y una gran generosidad y disponibilidad para acomodar becarios españoles en su Departamento. Testimonio de ello somos muchos de los que leemos estas líneas con ojos vidriosos.
Probablemente el mayor logro académico de su espíritu pionero fue la publicación del primer texto comprehensivo que condensa de forma estructurada y erudita (en el sentido de integración masiva de datos), los conocimientos sobre oncología radioterápica. El texto titulado “Principles and Practice of Radiation Oncology”, co-editado con el Dr. Carlos A. Pérez, es la piedra angular sobre la que se apoya la identidad de una especialidad médica compleja, con un cuerpo doctrinal fragmentado, muy dependiente de la tecnología y que necesita asumir el vértigo del nuevo y acelerado conocimiento biomédico. La primera edición vio la luz a finales de los años 80 y su séptima edición en 2013.
“Principios y Práctica de la Oncología Radioterápica” es el pilar bibliográfico, la referencia del conocimiento escrito, que ha estructurado una disciplina, compensando la tendencia centrífuga natural de la ciencia médica a la super-especialización. Este esfuerzo integrador ha permitido aglutinar y actualizar lo que se sabe, siempre reforzando la identidad clínica, la exigencia del acto médico en su calidad técnica y ética, y la necesidad de insistir en la formación especializada con corazón asistencial: de hablar más de enfermos con enfermedades, que de enfermedades con o sin tratamiento.
Don Gregorio Marañón, en su ensayo “La medicina y nuestro tiempo” transmitió una reflexión luminosa para las especialidades de alta dependencia técnica. Su cita es de 1954: “Lo difícil, lo importante, no es ejecutar técnicas, sino saber plantearse los problemas que hay detrás y juzgarlos con espíritu científico, que sólo se adquiere con la cultura”. Los médicos cultos entienden el progreso de su técnica y su pericia como la mejor oportunidad para hacerse nuevas preguntas.
Hay un aspecto extra-académico, extra-universitario (o quizás no tanto…) del Dr. Brady que agiganta aún más su figura como con-ciudadano. El Dr. Brady amaba el arte (especialmente la música y la pintura) y fue un benefactor tenaz, generoso e inquieto (apasionado de la modernidad), de instituciones de vanguardia en la promoción artística. Fue patrono de la Philadelphia Orquestra, del Museo de Arte de Filadelfia, del Metropolitan Opera Theater en Nueva York, de otros múltiples museos y de la Opera Company de Santa Fe en Nuevo Méjico. La contribución más conmovedora a su vocación de mecenazgo, en mi opinión, se centró el patrocinio del Curtis Institute en Filadelfia, institución dedicada al descubrimiento y formación de nuevos talentos musicales desde la infancia hasta la adolescencia.
Una vida centrada en estudiar, escribir, enseñar, liderar y atender pacientes es admirable (y probablemente común a tantos médicos de raza que han existido a lo largo de la historia). En el Prof. Brady existió un elemento singular, con el que deseo terminar este elogio, que tan corto se queda en el contexto de su enérgico paso por este mundo. Me refiero (y me conmueve especialmente recordarlo), a la enorme fertilidad de su vida: frutos de bienhechor, medibles y abrumadores.
En 60 años de vida universitaria (en Filadelfia, misma Universidad, mismo Departamento, toda una excepción en la competitiva y peculiar carrera académica norteamericana), formó miles de estudiantes de medicina, centenares de médicos residentes y especialistas. Existe entre los que pertenecemos al Brady-College / Brady-School una cultura común en el afrontamiento de la vida profesional que nos lleva a utilizar muchas frases hechas típicas del Dr. Brady: les llamamos “bradyisms”, Mi favorito es “manners before maters”. Era la frase que iniciaba cualquier reunión tensa: “Señores, vamos a hablar abiertamente, con libertad, pero sólo vamos a hablar educadamente, con maneras, con respeto”. Su bradyism mas reciente favorito (lo ha mencionó en su última visita a Madrid en varias ocasiones) era : “If you snooze, you loose… it”. Tiene mucha fuerza: el Dr. Brady lo interpretaba como “si das una cabezada, si te adormilas, si te relajas… ! estás tardando, ya no llegas, ya has perdido la oportunidad! Siempre atento, alerta, motivado (importante intuición para los más jóvenes). Con 92 años…
En 50 años, Radiation Therapy Oncology Group, el grupo investigador multi-hospitalario que fundó y presidió durante 8 años, ha activado 460 ensayos clínicos prospectivos, ha realizado más de 350 publicaciones, es citado más de 33.000 veces en PubMed, y ha cambiado la práctica clínica en el 70% de las indicaciones de radioterapia, contribuyendo a mejorar las cifras de curación de más de 10 tipos de cáncer humano.
En 40 años, las sociedades científicas y profesionales en las que el Dr. Brady sirvió como Presidente han consolidado su influencia, han modernizado la medicina y han multiplicado su base social. ASTRO ha pasado de 90 miembros en 1970 a más de 10.000 en 2016 (el 30% de ellos de origen europeo, asiático o latinoamericano).
En 25 años, su libro ha revisado contenidos en 6 ocasiones, siendo capaz de coordinar las aportaciones de más de 400 especialistas de diferentes generaciones, criterios y competencias. Con 85 años, el
Dr. Brady culminó su capacidad genial de encontrar un reto pendiente en la difusión del conocimiento que él dominaba con brillantez. A esa edad publicó la Enciclopedia de la Oncología Radioterápica, en la que se trasforma la terminología habitual de la práctica clínica (tantas veces indescifrable), en rigor conceptual (en definiciones pedagógicas). El texto solo lo podía impulsar y supervisar un enciclopedista con una visión panorámica de la disciplina al que la vida (prolongada en forma extrema), respetó la lucidez y el entusiasmo por el conocimiento y su divulgación. El texto contiene más de 550 términos, 120 figuras y 90 tablas.
Aprendí de Pedro García Barreno, que se atribuye a Heráclito de Éfeso una intuición categórica sobre el destino humano:” El carácter de un hombre es su destino”. El Prof. Brady está ya en el hado de los inolvidables con su fuerte carácter poliédrico propio de un gran maestro del bien hacer. Don Julio Ortiz Vázquez (mi maestro de Medicina Interna) atribuye a Don Gregorio Marañón una de las descripciones más sintéticas, emotivas y luminosas sobre la diferencia entre “profesor” y “maestro”. Para Marañón: “El profesor sabe y enseña. El maestro sabe, enseña y ama. Y sabe que sólo se aprende de verdad lo que se enseña con amor”
El Prof. Luther W. Brady tuvo en su ADN la mutación del “amor de maestro”. Esta mutación es dominante y se ha trasmitido a muchas generaciones de médicos y profesionales sanitarios. En nombre de los que hemos “aprendido de verdad, porque se nos enseñó con amor”, solicito, con humildad, con gratitud, la benevolencia de nuestra sociedad, y de cada uno de los que habéis llegado hasta aquí en vuestro interés por conocer a un maestro bienhechor, para acoger en nuestro corazón – con piedad filial -, como merece, el recuerdo orgulloso del Prof. Dr. Luther W. Brady. Fue imperfecto, pero gestionó sus imperfecciones en clave bene facere y nos mejoró a todos.
En paz, benefactor. Mientras yo viva, estarás vivo.
In memoriam. In aeternum.
Felipe A. Calvo
Clínica Universidad de Navarra
Madrid, España